domingo, 11 de julio de 2010

Mercocio`s sais

Mercucio: Veo que la Reina Mab te ha visitado
Benvolio: ¿La Reina Mab?
Mercucio: Es la Partera de los sueños, la que llega, no más grande que la gema que luce en el índice un regidor, arrastrada se carroza por un tronco de minúsculos corceles, y pasa junto a las narices de los hombres dormidos.
Los rayos de las ruedas estan hechas de patas de araña; la cubierta, de alas de langosta; las riendas, de la más fina telaraña; los arneses, de húmedos rayos de luna; su látigo, de un hueso de grillo, la fusta de una película sutil.
Su cochero es un pequeño mosquito de librea gris ni la mitad de grande que el redonde gusanillo que se pincha del dedo peresoso de una doncella.
Su carroza es una cáscara vacía de la avellana hecha por la ardilla ebanista o las antiguas larvas, cocheros inmemoriales de las hadas. Y con esta pompa galopa noche a noche por la mente de los enamorados que sueñancon el amor; por las rodillas de los cortesanos que sueñan con reverencias; por los dedos de los avogados que seuñana con su honorarios; por los labios de las damas que sueñan con los besos (labios que, a menudo, la airada Mab cubre de ampollas por que su aliento está viciado por dulces golocinas). A veces galopa por la nariz de un cortesano que seuña entonces que huele alguna gracia; llega, otras veces, con el rabo de un lechón dado en el diezmo, cosquilleand, mientras duerme, la nariz del párroco que sueña con algún otro beneficio; en otras, su carro rueda por el cuello de un soldado que sueña con deguellos de enemigos, con violaciones, emboscadas, espadas españolas, borracheras, y luego, depronto, siente en sus oídos redoble de tambores, con lo cual sobresaltando se despierta y, asustado como está, masculla un par de oracionesy se duerme de nuevo. Es la reina Mab que trenza las crines de los caballos en la noche y enreda, en sucias greñas, los rizos de los duendes, los que, al peinarse, presagiarán muchas desventuras. Es la bruja que enseña a las doncellas, cuando yacen dormidas boca arriba, a soportar por primera vez un peso que hará de convertirlas en mujeres completas. Es la que...
Romeo. ¡Basta, basta Mercucio! estas hablando de nada.
Mercucio. En verdad, hablo de sueños, que son los hijos de una mente ociosa, engendrados sólo por la vana fantasía, tan tenue como el aire y mas inconstante el viento que ahora acaricia el seno helado del norte, y, al irritarse, sopla desde allá, volviendo su rostro al sur lluvioso.

Escena III
Una Sala en la Casa de Capuleto

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